domingo, 1 de agosto de 2010

DEBEMOS REDESCUBRIR LA BELLEZA DE LA LITURGIA

Hoy en día, son muchos los jovenes cristianos católicos que hablan de manera despectiva de nuestras propias celebraciones y ritos litúrgicos, tachándolos de sosos y aburridos, debido a veces a una liturgia parroquial que cae en lo esquemático, riguroso e inflexible, que se centra más en gestos y posturas que en lo trascendente de la celebración; mucho más terrible, es la negligencia con la que a veces la liturgia es tratada aún por algunos presbíteros, cayendo en abusos o hasta en actitudes displicentes con respecto a ella, desaprovechando su riqueza pedagógica y simbólica para adentrar a los fieles al misterio de Dios.
Así mismo en un ambiente plagado de sectas, no son pocos los que por ignorancia apostatan de su fe, afirmando “sentir” con mayor fuerza la presencia de Dios en las celebraciones protestantes, las cuales carecen de sacramentalidad alguna, éstas a través del uso a veces excesivo del canto, el griterío, la danza y el “frenesí espiritual” junto a toda su parafernalia tecnológica, logran manipular de tal forma la conciencia y los sentido del fiel, llevándole a una atmosfera “espiritualista” que se desvanece tan pronto como se apaga el reproductor de música.
Como Cristianos Católicos, debemos aprender a amar nuestras celebraciones litúrgicas, preocuparnos por conocerlas, entenderlas y admirar su belleza, pero esto sólo se logra a través de una participación plena, consciente y activa (SC 48). Es verdad que nadie ama lo que no conoce, por eso es necesario formarnos, investigar, leer, preguntar, no sólo por simple curiosidad sino impulsados por el deseo de saber y conocer el ¿por qué? del como celebramos; de tal manera que nuestro culto sea celebración de nuestra vida y la vida sea expresión de lo que celebramos en el culto, así la liturgia cobrará pleno sentido en la misma existencia humana que se transforma en ofrenda agradable a Dios y sacrificio espiritual por excelencia (Rom 12,1).